1.  El simbolismo de la abeja se funda esencialmente en la diligencia de este insecto y en la organización de la colmena. Comentando Proverbios 6,8: «Ve a ver la abeja y aprende cuán laboriosa es», san Clemente de Alejandría añade: «Pues la abeja liba de las flores de todo un prado para únicamente formar una sola miel» (Stromata, 1). «Imitad la prudencia de las abejas», recomienda Teolepto de Filadelfia, y las cita como un ejemplo en la vida espiritual de las comunidades monásticas.

Símbolo real en Caldea (y, en Francia, imperial): conviene considerar la situación de la reina, largo tiempo tomada por un rey, a la cabeza de una comunidad industriosa y próspera. Sin embargo, el hieroglífico de la abeja de seis patas es, como el de otros animales y múltiples flores, una evocación de la rueda de seis radios, por tanto un símbolo solar.

El símbolo real de la abeja podría no ser extraño tampoco al antiguo Egipto, donde se asocia a un signo que es, sin duda, el del rayo. En el arte y las tradiciones de Egipto simboliza el alma. Es de origen solar: la abeja habría nacido de las lágrimas de Ra, el dios sol, caídas sobre la tierra.

En China, donde se distingue mal del pájaro, desempeña un papel si no nefasto, al menos con relación al aspecto más terrible de la guerra. En la tradición puránica, indica solamente el color negro, que es el de Aishvarya, uno de los pies del trono de Sadáshiva. Aunque, según otros textos de la India, es la imagen del espíritu embriagándose del polen del conocimiento.

2. En África, la abeja es un personaje de fábula que simboliza al hombre y su organización social, por ejemplo para los sudaneses de la curva del Níger (zahv).

La abeja es a menudo una de las representaciones del alma cuando ha abandonado el cuerpo de un hombre; sucede lo mismo en las poblaciones de Siberia y de Asia central, y en los indios de América del Sur.

Para los nosairíes, heresiarcas musulmanes de Siria, Alí, león de Alá, es el principe de las abejas, que, según ciertas versiones serían los ángeles y según otras, los creyentes: «los verdaderos creyentes se parecen a las abejas que eligen las mejores flores».

En el lenguaje metafórico de los derviches Bektachi, la abeja representa al derviche, y la miel es la divina realidad (el Hak) que busca.

Las leyendas de Cachemira y Bengala recogidas por Frazer hablan de tribus de ogros cuya vida, es decir, el principio vital, el alma, reside en una o dos abejas.

3. Los celtas se reconfortaban bebiendo vino con miel e hidromiel. La abeja, cuya miel servía para hacer hidromiel o licor de inmortalidad, era objeto en Irlanda de una estrecha vigilancia legal. Un texto jurídico galés medio dice que «la nobleza de las abejas viene del paraíso y es por causa del pecado del hombre que vinieran de allí; Dios vertió su gracia sobre ellas y ésta es la causa de que no se pueda decir misa sin la cera». Incluso si este texto es tardío y de inspiración cristiana, confirma una tradición muy antigua de la cual el vocabulario presenta aún las trazas (el galés cwyraidd de cwyr, cera, significa perfecto, cumplido, y el irlandés moderno céir-bheach, literalmente cera de abeja, designa también la perfección). El simbolismo de la abeja se encuentra pues por todas partes: sabiduría e inmortalidad del alma.

4.    Para los hebreos, la abeja se representa en relación con el lenguaje. Su nombre dbu-re deriva de la raíz dbr, que significa palabra: de donde la relación establecida entre la abeja y el verbo.

Símbolo solar de sabiduría y orden, la abeja significa la realeza: el hijo del rey, el iniciado, el hijo de la luz, el alma enlazada a lo divino.

5.    La abeja ha desempeñado un papel importante en todas las tradiciones. En Eleusis y Éfeso las sacerdotisas llevaban el nombre de abejas. Las abejas ocupan un papel iniciático y litúrgico; Virgilio ha celebrado sus virtudes. Las encontramos dibujadas sobre las tumbas, como signos de supervivencia postmortuoria. La abeja es en efecto uno de los símbolos de la resurrección. La estación de invierno -tres meses- durante la cual parece desaparecer, pues no sale de su colmena, se relaciona con el tiempo -tres días-durante el cual el cuerpo de Jesucristo es invisible después de su muerte, antes de aparecer de nuevo resucitado. En la religión griega, igualmente, la abeja simboliza el alma descendida entre las sombras y preparándose para la vuelta: es a veces identificada con Deméter. Según Platón, las almas de los hombres sobrios se reencarnan en forma de abeja.

La abeja simboliza además la elocuencia, la poesía y la inteligencia. La leyenda que concierne a Píndaro y Platón (las abejas se habían posado sobre sus labios en la cuna) la recoge Ambrosio de Milán; las abejas rozan sus labios y penetran en su boca. El dicho de Virgilio según el cual las abejas encierran una parcela de la divina Inteligencia sigue vivo entre los cristianos de la edad media.

Un sacramentario gelasiano hace alusión a las cualidades extraordinarias de las abejas que liban de las flores rozándolas sin marchitarlas. Ellas no procrean; gracias al trabajo de sus labios llegan a ser madres; así Cristo procede de la boca del Padre.

Por la miel y el aguijón, la abeja se considera como el emblema de Cristo: por una parte, su dulzura y su misericordia; y por otra, el ejercicio de la justicia en tanto que Cristo juez.

El comportamiento de las abejas en atención a su reina y sus compañeras es tan ordenado y perfecto que aparecen como modelo de virtudes cristianas, tanto más cuanto su castidad -celebrada ya por Virgilio- permanece como ejemplo.

La forma del cuerpo de la abeja es significativa. El coselete es la imagen del hombre espiritual, mientras que la parte inferior, que contiene el aguijón, se considera camal. La parte más fina que une la superior e inferior se compara al astil de una balanza que mantiene un perfecto equilibrio entre el cuerpo y el alma.

Siguiendo antiguas leyendas, las abejas podían nacer espontáneamente de un animal muerto, sacrificado a la divinidad. En las fauces del león despedazado por Sansón, se forma un enjambre de abejas y mana la miel (Jueces 14,8).

«Sansón bajó con su padre y su madre a Timná; y al llegar a los viñedos de Timná, un cachorro de león le salió al encuentro rugiendo. Entonces el espíritu de Yahvéh lo invadió y sin nada en la mano, Sansón despedazó al león como se despedaza a un cabrito; pero no contó a su padre ni a su madre lo que había hecho. (Algún tiempo más tarde)… se apartó de su camino para ver el cadáver del león, y he aquí que había en el cuerpo del león un enjambre de abejas y miel. La recogió en su mano y, en el camino comió de ella. Cuando’regresó junto a su padre y su madre, les dio y ellos comieron, pero no les dijo que la había recogido del cadáver del león» (Jue 14,5-6.8-10).

El Cántico de Débora (Débora, nombre de la abeja) se presenta como un canto de victoria. La abeja es pues también símbolo de victoria y riqueza: recompensa a los valerosos. Según Orígenes (Homilía 6 sobre los Jueces), después del agua de los pozos que ha apagado la sed al peregrino durante la travesía del desierto, se encuentra la miel. Ésta es un alimento adecuado para los místicos, riqueza y victoria del espíritu.

Los autores de la edad media hacen frecuentes alusiones a los sentidos simbólicos de la abeja. Para Bernardo de Claraval, es el símbolo del Espíritu Santo.

6. El conjunto de los rasgos sacados de todas las tradiciones culturales denota que, en todas partes, la abeja aparece esencialmente dotada de naturaleza ígnea, es un ser de fuego. Representa a las sacerdotisas del templo, las Pitonisas, las almas puras de los iniciados, al Espíritu, a la Palabra; purifica por el fuego y alimenta por la miel; quema por su aguijón e ilumina por su fulgor. En el plano social, simboliza al señor del orden y la prosperidad, rey o emperador, no menos que el ardor belicoso y el coraje. Se parece a los héroes civilizadores, que establecen la armonía mediante la sabiduría y la espada.